Un cambio de raíz

–Yo he tenido tres días de mucha felicidad en mi vida.

El primero fue cuando abandoné la casa de mis padres, y de paso, ese barrio pobre que la rodeaba. Era un veintitrés de diciembre de mil novecientos noventa y nueve, mi cumpleaños número dieciocho y el primero que celebré a mi entera satisfacción. Después de desayunar en Sanborns y comprarme ropa nueva en Zara, me metí al cine a ver «Milagros Inesperados». Me di cuenta ese día de las similitudes que tiene mi vida con la de John Coffey: ambos inspirábamos miedo, aunque nuestro corazón estuviera lleno de amor, un amor puro jamás visto desde que Jesús habitó en Galilea.

Ese día entendí que no era culpa de los demás, solo estaban limitados por su vista y sus prejuicios. Correspondía a mí el cambiar esa falsa percepción, irradiando bondad y modificando mi apariencia física. Esa noche tomé un camión a Ciudad Juárez, dónde sabía que encontraría mi llamado, como lo hizo Juan Gabriel en 1966.

Fueron varios años de duro trabajo, haciendo de todo: cerillo, lavaplatos, cadenero, guardaespaldas, hasta que encontré mi verdadera vocación en la policía judicial. Eso, de la mano de mi mentor y sensei, el comandante Josué. Gracias a él, aprendí a servir y a ayudar a los más necesitados. ¡Imagínate!, más en una ciudad como Juárez, dónde la frontera trae mucha riqueza y mucho dolor.

Aprendí que, en los momentos de más consternación, cuando la vida te patea con todas sus fuerzas, es cuando la gente puede ver claramente la belleza interior, a través de la costra que nos fue dada genéticamente. Cuando me sentaba a tomar declaración a la familia de las víctimas, dejaba de ser feo y me convertía en un rayo de esperanza, su salvador, quién podía vengar la muerte de sus hijas, esposas y madres. Me convertía en un super héroe y los bañaba con mi fulgor.

El segundo día más feliz de mi vida fue cuando vengué la muerte de la hija del presidente municipal. La pobre había sido secuestrada saliendo del club deportivo, fue torturada y violada durante los seis meses que tardó su familia en juntar la suma desorbitante que pedían de rescate. Todo para que su cuerpo fuera encontrado sin vida en una Ranger chocolate, estacionada frente a la estación de policía. ¡Una verdadera burla! Pero, ningún crimen queda sin castigo, y yo fui la mano que purificó el aire a punta de balazos de mi escuadra. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Tres balazos y el líder de la banda caía muerto, con su rostro al cielo, implorando un perdón que no le sería concedido.

El dolido padre, con lágrimas en los ojos, me agradeció personalmente el haberle dado paz a su alma, y me condecoró con la medalla al servicio público. Desde entonces, en la Judicial me conocen como «El Bendecido», y yo he buscado hacer llegar mi luz a todas aquellas personas desamparadas, que necesitan protección del mal que nos acecha desde las sombras.

A pesar de mi buena reputación, me hacía falta algo que transmitiera mi nueva posición como paladín. Después de mucho meditarlo, pasando noches enteras frente al espejo, decidí que una barba densa y canosa era el elemento que completaría mi figura. Como te había dicho antes: las apariencias ayudan.

Dios me dio pelo en exceso y unos cachetes que parecen nalguitas de bebé… por lo lampiñas, no por lo tersas. La ciencia moderna ha puesto a nuestro alcance el trasplante de vello facial, y fue cuestión de unas cuatro sesiones para que se alcanzara el resultado deseado. Pedí específicamente que las canas me las colocaran en la barbilla, formando un círculo alrededor de mi mentón, que les recordara a mis interlocutores la imagen de una aureola. Fue costoso, más que comprar un carro, pero vivo de mi cara y la inversión estaba justificada.

Además, gracias a mi barba, viví mi tercer día de mucha felicidad.

Algo que no me pasaba, y que yo entendía, por supuesto, era que no atraía miradas de ninguna mujer. No era algo que me importara, había aceptado con beneplácito mi misión en la Tierra y reconocía que eso era parte de mi cruz. Pero la barba me dio un no sé qué que qué se yo. De momento me convertí en… ¿Cómo decirlo?… el alma de la fiesta, el rey del baile, el soltero más codiciado. Varias mujeres me sonreían y se sonrojaban cuando yo las miraba. En el día en cuestión, tres de ellas me brindaron sus favores: una en el desayuno, otra en la comida y una más en la cena. Además, las tres declararon que quieren ser madres de mis hijos, y que no les importa compartirme con otras mujeres.

¿A poco no es grande y bondadoso Jesús, Nuestro Señor? Soy sin duda una persona muy bendecida por Él.

–¿Sabes dónde estamos?

–¡Qué pregunta doctora! Estamos en el hospital, dónde yo me recupero de mis heridas en la guerra contra el narcotráfico.

–¿Cuáles heridas?

–¿Es broma? ¡Estas heridas de bala en mi abdomen y pecho!

–Esas no son heridas de bala, son heridas de navaja. Y ya tiene muchos años que cicatrizaron.

–Entonces, no entiendo porque me retiene doctora. ¿Teme usted por mi vida allá afuera?

–Temo por la vida de las mujeres que atormentaste, y que no pareces capaz de reconocer.

–¿Atormentar? Me confunde doctora, yo nunca he atormentado a nadie. ¡Todo lo contrario! He dedicado mi vida a servir a mi prójimo.

–¿Servir a tu prójimo? ¡Quemaste vivos a tus papás y a tus hermanos! Fuiste tú quien secuestro, torturo, violó, cobró el rescate y luego mató a la hija del presidente municipal. Y fuiste tú quién luego traicionó a tus secuaces, disparándoles a quemarropa y culpándolos de tus crímenes. ¿Ya lo olvidaste? ¿O de dónde crees que salió el dinero para tu trasplante facial? Y si no hubiera sido por Yuridia, quien tuvo el coraje de atacarte con un cuchillo de cocina después de que la habías violado, serías responsable de tres muertes más. Gracias a ella, ahora estás preso, aunque sea en esta institución mental.

–Lamento mucho esta confusión, en serio no se con quien quería hablar usted doctora, pero le aseguro que no era conmigo. ¿Está segura de mi nombre? Capaz que esto termina siendo una divertida confusión. ¡Ja, ja, ja, ja! Otra anécdota más para contarle a mis nietos.

–¡Diódoro Eleuterio Gómez Piñón! Yo te nombro y te quito la máscara ¡Engendro del demonio! ¡Arrepiéntete de tus pecados! ¡Arrodíllate frente al Señor e implora perdón con lágrimas de sangre!

Un par de enfermeros sujetaron a la psicóloga y le inyectaron un tranquilizante, que, en apenas unos segundos, la dejó colocada cual muñeca de trapo en su sillón, derramando saliva por un costado de su boca. Diódoro la observaba con una sonrisa afable, mientras se acariciaba la barba.

–Tal vez tenga razón doctora, no está en mí poner en duda su visión de este mundo cruel en el que vivimos. Es una lástima que no hayamos podido terminar nuestro juego de Damas Chinas.

Le guiñó el ojo y se levantó de su asiento. Ya era hora de la cena y en el comedor siempre encontraba incautos dispuestos a escuchar sus historias.

Ahora soy yo quien vive feliz… y no puedo hacer ya nada por ti, ya nada por ti, ya nada por ti.

https://www.periodicolahora.com/Policia/Asesino-de-la-frontera-es-enfermo-mental-y-sera-recluido-en-el-psiquiatrico-de-el-paso

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