Decido quitarme la máscara

Mis movimientos son firmes y certeros, incluso automáticos, como si estuvieran grabados en mi memoria muscular. Con cada corte, su sangre pinta de escarlata las paredes, que ahora funcionan como un lienzo de color «rubor primaveral».

Su rostro está lleno de sorpresa y horror mientras lleva sus manos al cuello, en el primitivo reflejo de detener el sangrado. «Es inútil», pienso, mientras sigo generando más llagas con swings derechos y reversos. A diferencia de mis prácticas de tenis, aquí no notó diferencia entre ambos.

Al retorcerse en el suelo, ella completa, sin saberlo, mi obra de arte. Es una mezcla de Pollock y Van Gogh, con el Alarido de Allan Ginsberg incluido. ¡Qué gratificante es llenar de vida este vestidor artificial de caoba teñida de melón sublime! ¿Cuál era el nombre que había usado la decoradora de interiores?… ¿Perla frutal?… ¿Sorbo sutil?… no lo recuerdo, algún nombre pedante que justificó el presupuesto inflado y que se convirtió en la obsesión de mi esposa: «Necesito nuevos adornos que combinen con el color afrutado de mi nuevo vestidor, y no los encuentro en ningún lado más que importados de Italia».

¿Necesito?… ¡Lo que necesitas es producir dinero para pagar la tarjeta de crédito, imbécil!

Mi respiración está agitada por la descarga de adrenalina. He terminado con ella demasiado rápido, siento que no lo disfruté lo suficiente. Estoy tan ensimismado, que no me doy cuenta de que mi hija menor lleva algunos minutos contemplando la escena. Su rostro está petrificado, mientras su tierno cerebro trata de entender lo que sus ojos le muestran. Se orina sobre si misma; otro reflejo primitivo inútil.

Su hermana mayor, que está más inclinada a la acción, corre a abrazar a su madre, tratando de protegerla, «¡Mami!… ¡Mami!». Mi hija pequeña reacciona llorando al fin, mientras se cubre los ojos buscando negar la realidad. Los seres humanos poseemos una infinidad de reflejos que ya no sirven para nada en el mundo moderno.

Yo también he terminado siendo presa de ellos. Me he dejado llevar por un impulso y he actuado imprudentemente, siendo que todavía no es el momento adecuado. Me vuelvo a poner la máscara y decido reservarme para otra ocasión, aunque en el futuro me recriminé por haber dejado pasar esta oportunidad.

–¿Cómo se me ve el vestido, gordito? –, pregunta mi esposa, quién ha salido del vestidor con el sexto atuendo en la última hora.

–Maravilloso, corazón de melón –, digo, esperando que mis palabras falsas logren hacerla salir de una maldita vez.

— Mmm…– dice al tiempo que se observa en el espejo — creo que se me vería mejor con los zapatos beige — y vuelve a internarse en el vestidor, sin importarle mi frustración

Miro desconcertado el reloj, irremediablemente vamos a llegar tarde… otra vez. Con mucho dolor, guardo esta impetuosidad en aquel compartimiento secreto que tengo en mi mente: mi cava de emociones exóticas. Algún día, abriré esa cava para que mi esposa la vea, y estará pintada de un blanco simple, plain white, el color que ella más aborrece.

Será el lienzo perfecto para mi opera prima.

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